Agustín Vedelago
Agustín Vedelago

«El Señor me dijo: “No digas: ‘Soy demasiado joven’, porque tú irás a donde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene”» (Jr 1,6)

Me llamo Agustín, soy de Villa María, y es para mí motivo de gran alegría compartir mi testimonio vocacional. Descubro que Dios nos llama a ser sus discípulos en los ámbitos donde vivimos, y allí quiere que hagamos presente su reino que es amor, paz y justicia.

El Señor me llamó a ser su hijo amado, por el sacramento del Bautismo, el 7 de abril de 1990, y en mi vida fue acompañándome cada día, por medio de mis padres, hermanos y abuelos.

Un acontecimiento fundamental, que fue como el punto de partida para mi camino vocacional, fue la primera vez que fui monaguillo, en enero del 2000. Mis padres cumplían 20 años de casados, y un seminarista me invitó a ayudar en la Misa. Yo acepté, tímidamente, y ese día lo recuerdo como una experiencia linda. Sin embargo, de allí en adelante, todos los domingos ayudaba al sacerdote, y esta participación habitual fue marcando mi vida: las personas con las que me relacionaba, las actividades en las que participé (primero en el grupo de monaguillos, después en el grupo de jóvenes, en las misiones diocesanas, en las peregrinaciones juveniles…); el tiempo dedicado a la vida de la Iglesia y al encuentro con Dios era cada día mayor. En agosto de 2005, al terminar la Misa, el Padre Pedro, el párroco, me invitó a participar de una convivencia vocacional. Yo nunca me había preguntado si el Señor me llamaba a ser sacerdote; no estaba muy convencido de ir, pero como iba otro compañero del grupo juvenil, me animé. Finalmente, las convivencias se transformaron en momentos muy esperados durante todo el mes. Con el acompañamiento de los sacerdotes, entré al Seminario, con cuatro hermanos de comunidad (Darío, Agustín, Facundo y Diego), en febrero de 2008.

La formación del Seminario, la experiencia de las parroquias en las que he estado (Almafuerte, Tancacha, Hernando y actualmente en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Río Cuarto) y el acompañamiento de muchos hermanos en la fe han sido los caminos por los que el Señor fue confirmándome en mi vocación.

Todos somos convocados por el Señor; a cada uno nos llama por nuestro nombre, y para esto se vale de instrumentos sencillos. Para mí, es inevitable recordar con cariño aquella vez que fui monaguillo por primera vez, y a partir de lo cual comenzó mi camino con Jesús.