LA IAM, UN CAMINO Y UNA VOCACIÓN A SER SERVIDORES DEL SEÑOR

Nicolas
Nicolas

Hola, espero que estas pocas líneas que escribo sirvan para que el Señor Jesús suscite nuevas vocaciones concretas para seguirlo muy de cerca, y para que cada vez más personas conozcan al que es el autor de nuestra salvación, el que nos da una Vida plena, llena de felicidad en medio de todas las situaciones que se puedan presentar…

Soy seminarista en el seminario de Rio Cuarto: “Jesús Buen Pastor”. Y este mismo Jesús buen pastor me llamo a imitarlo muy de cerca en su entrega, en su estilo de vida, en su ministerio de sacerdote, de servidor de los servidores.

Mi vocación ha tenido un comienzo muy especial con una actitud que he ido gestando, no sin grandes esfuerzos, en la vida de Iglesia, de comunidad, de amigos en Dios: la actitud de servicio. Y el lugar donde esto se dio, sobretodo, fue en Infancia y Adolescencia Misionera.

Desde muy pequeño el Señor me ha atraído con lazos de amor y de distintas maneras. Diferente de otras personas que, para descubrir su vocación, han pasado por una gran conversión, por gestos muy explícitos del amor de Dios, por un retiro muy impactante, yo he descubierto a Dios de una forma distinta: mi llamado ha germinado muy de a poco con gestos que yo llamo las delicadezas de Dios. Y esas delicadezas me han guiado hacia lo que hoy puedo decir que es mi vocación.

Desde muy chico crecí en una hermosa familia que, sin ser “tan católica”, me enseñaron el Padre nuestro, el Ave María y valores muy importantes que aún me acompañan. Comencé, por ellos, catequesis, tenía que ir…, después me gustaba competir, para ver quien sabía más, con una compañerita de catequesis, y de a poco aprendí otras cosas que no sabía; además me comenzó a gustar el estar en misa, ayudar a pasar la canasta de la colecta, etc.; pero sin darme cuenta me fue atrayendo algo que la comienzo no comprendía, pero… me empezó a gustar ir a catequesis, lo disfrutaba mucho, me gustaba ir a misa de niños con el “padre Tucho” que hacía de las misas una verdadera fiesta.

Luego de catequesis comencé la Infancia Misionera, yo no tenía idea de qué era eso de la IAM pero con un amigo que conocí en catequesis nos decidimos a probar. De alguna manera Dios me convenció a quedarme cerca de esto y desde ese día nunca me separé de él…. En la Infancia Jesús me invitó, primero, a seguirlo en el servicio desinteresado ayudando a los demás. Íbamos para todos lados: a visitar a los abuelos, a comedores de otros niños, a encuentros masivos de IAM conociendo más personas que hacían lo mismo que yo, y cada vez disfrutaba más de ir al encuentro de los demás. Más tarde fui creciendo, fui recibiendo mis compromisos y con ellos las insignias de la IAM, cada vez más gustoso de mi tarea y mi hermoso grupo de amigos: disfrutábamos mucho estar juntos en este servicio de la IAM. Dios iba haciendo crecer en mí un gusto muy grande por el servicio… Me encantaba subir al altar, ayudar, también visitar a los enfermos, acompañé al sacerdote varias veces a distintos lados, fui monaguillo mucho tiempo y hasta pensaba qué diría yo si tuviese que predicar la homilía… Sin duda me atraía mucho todo lo que hacía el sacerdote y, hasta entonces, lo pensaba como una cierta posibilidad, parecía algo muy lindo…

Más adelante en Adolescencia Misionera comencé a profundizar más mi encuentro con Jesús, me hice más su amigo, llegue a encontrarlo y a que me encontrara de una manera que nunca imaginé; caló muy hondo en mi corazón y me fue mostrando su Amor…

En esta etapa de mi vida iba cimentando mi identidad en todo sentido y queriendo asemejarme más a ese Jesús que continuaba conociendo, admirando, queriendo muchísimo… Pero como todo adolescente, comencé a ver que lo que hacía me traía un par de complicaciones con mis amigos, me gastaban, me decían “el curita”, y todo eso me molestaba. Así fue que comencé a alejar un poco este Amor que me encendía y que me guiaba y este gusto por las cosas del sacerdote, poniéndole algunas trabas; dejé de lado un poco a ese Jesús que tanto me quería…

Más tarde, comencé una etapa distinta, la universidad; debía decidir mi vocación, por lo menos la carrera a seguir, lo que iba a estudiar. Se me hacía un lío con todas las carreras que había. Pero luego de algunos vaivenes comencé una carrera en “analista de sistemas”, pero como no me gustó me cambié ese año a “psicopedagogía” que en verdad me gustaba. Además, continuaba yendo a la IAM, ahora como animador ya que era más grande. Sin embargo había algo que en mi vida golpeaba fuerte, algo que de nuevo no comprendía pero que ahí estaba y me movía por dentro; hasta tal punto que me daba miedo ponerme a pensar en eso, era un miedo sin saber a qué…

Lo que golpeaba era todo lo que había vivido a lo largo de mi vida con Jesús… Era mucho lo que él me había regalado y esto no podía estar ahí sin pedir más de mí: más servicio, más amor, mas entrega… Al final, por un amigo que quería probar hacer unas convivencias vocacionales, en lo yo que no estaba muy de acuerdo: “si yo estaba bien con mi carrera estudiando y sirviendo en la parroquia…” lo mismo me decidí a comenzarlas. Era en el Seminario de Rio Cuarto. Las comencé no con muchas ganas ni ánimo… pero como siempre, Jesús, sin yo entender mucho, me atrajo con ataduras de amor, y esta vez más fuertes y con una claridad en el corazón que nunca hubiera esperado… Es como si todo eso que golpeaba adentro mío hubiera salido; mezclado con mucho miedo, inseguridad, a veces desconfianza. Pero todo el ardor que sentía, el amor de Dios que experimentaba, me hacía desaparecer mis temores por momentos y decir un simple SÍ, aquí estoy, haz de mí lo que quieras… Al final este Amor fue tan intenso, tan fervoroso, tan cálido que no me resistí, y con un acto de valentía y de confianza, no sin miedo, “me lancé a la pileta” confiando en que ese Jesús que conocía, que quería, que me envolvía y me desbordaba por todos lados, estaba conmigo también allí, donde fuera… Entré en el seminario…

Hoy por gracias de Dios, sigo pensando igual y no dudo de que Jesús me acompaña siempre; sí tengo dudas algunas veces de si no me habré equivocado de camino, pero mi tranquilidad está en que el mismo Jesús que me llamó a seguirlo como sacerdote es el mismo que me acompañó toda mi vida, que me acompaña hoy y me ha hecho ser lo que soy. Desde siempre y para siempre Jesús está ahí acompañándome…También hoy como entonces, Jesús me sigue llamando a seguirlo: primero en un encuentro más de cerca con él, luego en el servicio a los demás.

Además en este tiempo, la vida me ha dado una prueba bastante difícil: mi mamá se ha enfermado, ella tiene un cáncer por la cual pido oración a todos; y a pesar de lo que muchos piensan de que podría y tendría derecho a enojarme con Jesús, con la Iglesia, con todo, puedo decir que este es el tiempo en que he visto a Jesús más cerca en mi vida. No puedo explicar su presencia, es un misterio, un experiencia que cada uno debe hacer por sí mismo… pero puedo asegurar que está y me acompaña y muy de cerca. Jesús es todo para mí hoy, y a su servicio quiero dedicar mi vida: hoy por hoy, el servir a los demás me ayuda a enfrentar lo que le pasa a mi mamá y poder llevar a ese Jesús que experimento a todos lados.

Dios, el mismo Jesús, es una persona que nos ama de una manera increíble y que nos quiere de verdad cerca de él. Lo que él quiera para nosotros es siempre lo mejor que podemos pedir y tener.

Todo aquello que en mi vida me fue dando desde pequeño, sobre todo en la IAM, tiene hoy un tinte especial, pero sigo descubriendo lo mismo: Jesús me ama, me quiere de una manera indescriptible y me quiere cerca, muy cerca de él.

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”