La Vocación de Samuel

Leemos 1 Samuel, 3,1 - 2,1

El joven Samuel servía al Señor en la presencia de Elí. La palabra del Señor era rara en aquellos días, y la visión no era frecuente.

Un día, Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos comenzaban a debilitarse y no podía ver. La lámpara de Dios aún no se había apagado, y Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy». Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Pero Elí le dijo: «Yo no te llamé; vuelve a acostarte». Y él se fue a acostar.

El Señor llamó a Samuel una vez más. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Elí le respondió: «Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte». Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada.

El Señor llamó a Samuel por tercera vez. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel: «Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha». Y Samuel fue a acostarse en su sitio.

Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: «¡Samuel, Samuel!». El respondió: «Habla, porque tu servidor escucha».

El Señor dijo a Samuel: «Mira, voy a hacer una cosa en Israel, que a todo el que la oiga le zumbarán los oídos. Aquel día, realizaré contra Elí todo lo que dije acerca de su casa, desde el comienzo hasta el fin. Yo le anuncio que condeno a su casa para siempre a causa de su iniquidad, porque él sabía que sus hijos maldecían a Dios, y no los reprendió. Por eso, juro a la casa de Elí: jamás será expiada la falta de su casa, ni con sacrificios ni con oblaciones».

Samuel se quedó acostado hasta la mañana. Después abrió las puertas de la Casa del Señor, pero no se atrevía a contar la visión a Elí. Entonces Elí lo llamó y le dijo: «Samuel, hijo mío». «Aquí estoy», respondió él. Elí preguntó: «¿Qué es lo que te ha dicho? Por favor, no me ocultes nada. Que Dios te castigue, si me ocultas algo de lo que él te dijo».

Samuel le contó todo, sin ocultarte nada. Elí exclamó: «El es el Señor; que haga lo que mejor le parezca». El prestigio de Samuel como profeta Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras. Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor. El Señor continuó apareciéndose en Silo, porque era allí donde él se revelaba a Samuel. Y la palabra de Samuel llegó a todo Israel.

Reflexión

Quisiera detenerme en tres puntitos de este pasaje del libro de Samuel para que descubramos junto algo de la riqueza que tiene esta Palabra:

“La Palabra del Señor era rara en aquellos tiempos”. Dios llamó a Samuel cuando parecía que ya no llamaba a más profetas. Había pasado mucho tiempo desde que alguien había escuchado la voz de Dios y ahora vuelve a llamar a este joven. El texto dice que era un joven, no era un niño, una especie de “monaguillo judío”. Era un joven, que tenía una cierta sensibilidad por las cosas de Dios, estaba a su servicio y al servicio de un anciano. Sabía conjugar en su vida el amor a Dios y el servicio a los necesitados. Por eso oyó la voz de Dios, a pesar que todos le decían que Dios ya no llamaba más a nadie.

“Aquí estoy”. Es la respuesta confiada de Samuel porque sabe que el que lo llama, lo ama. Es un llamado que proviene del amor. Por eso tiene un corazón dispuesto. Como el de la Virgen cuando dice “Hágase”, y el de Jesús cuando nos enseña a rezar en el Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad”.

“Que el Señor haga lo que mejor le parezca”. La obra es de Dios. Debemos poner nuestra seguridad en él. Es imposible avanzar en el camino si me detengo a mirarme el ombligo, sacando cuentas si seré capaz, si podré ser fiel, si seré feliz. Debemos salir de esos cálculos egoístas y lanzarnos a la vida con la confianza que Dios siempre dispone las cosas para el bien.

Si querés, podemos terminar rezando esta pequeña oración:

Jesús, amigo, hermano y compañero de camino,

vos me llamas por mi nombre,

me llamas una y otra vez,

a tiempo y a destiempo,

con infinita paciencia y cariño.

Vos pones en mi camino

personas sabias que me apoyan

y me ayudan a escucharte.

¡Habla, Señor, que tu servidor escucha!