“¡Ánimo, Él te llama!” (Mc. 10, 49) Estas palabras del Evangelio de Marcos resuenan con fuerza siempre que reflexiono acerca de mi vocación. Mi nombre es Álvaro Arroyo, soy de la parroquia San José de Vicuña Mackenna, tengo 27 años y este es mi testimonio.

Álvaro Arroyo

Etapa Discipular

En primer lugar, Dios me llamó a la vida por el año 1992 en Vicuña Mackenna (Cba.). De chico, Jesús me llamó a su amistad con él: así fui creciendo en la fe y me interesé por la religión. Luego, de joven, cuando estudiaba en la Universidad de Río Cuarto comencé a participar en las actividades del grupo juvenil de la Catedral: encuentros, retiros espirituales, misiones, etc.

En ese momento de mi vida tenía clara mi vocación de servicio en la sociedad y con esa convicción comencé a trabajar en el ámbito público en Vicuña Mackenna. Entonces, me fui integrando en la comunidad parroquial de mi ciudad comprometiéndome en diversas actividades. Así, fui descubriendo que la vida de la Iglesia me apasionaba, me llenaba el corazón y que este Camino tiene sentido. En ese contexto es que surge mi inquietud por el sacerdocio: “¿por qué no dedicar toda mi vida al servicio de la Iglesia? ¿No será que mi amigo Jesús me está llamando a una mayor entrega?

Desde ese momento emprendí un proceso de discernimiento que me condujo hasta el Seminario, donde actualmente llevo dos años de formación. En este tiempo fui descubriendo cómo Jesús se las ingenió para hacerse presente en distintos momentos de mi historia llamándome a seguirlo más de cerca.

Hoy estoy seguro que las vocaciones son un don, un tesoro y un regalo de Dios para toda la Iglesia. Desde mi experiencia pude comprobar, tal como lo afirma Francisco, que “la vida alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda” (Cristo Vive, 254). Es por eso que animo a todos lo jóvenes a que también se cuestionen y le pregunten a Jesús como nos enseña el Papa: “¿para quién soy yo? ¿qué puedo ofrecer a la sociedad? ¿Cómo ser más útil al mundo y a la Iglesia?” (Cristo Vive, 285)