Me llamó Agustín Sánchez, tengo 25 años y estoy en el tercer año de la etapa configuradora. Soy oriundo de Villa Dolores, pertenezco a la Diócesis de Cruz del Eje, al oeste de la Provincia de Córdoba. Les cuento algo de mi camino vocacional

Agustín Sanchez

Etapa Configuradora

Entré al seminario en el año 2014, hacía poco que había comenzado su pontificado el Papa Francisco y su estilo de presentar la Iglesia al mundo me entusiasmaba mucho. El año anterior había tenido la posibilidad de verlo cuando participé de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Esa experiencia me marcó mucho. Ahí conocí a los seminaristas de la Diócesis y durante ese viaje le conté por primera vez a un sacerdote mi inquietud vocacional. Es interesante lo que me sucedió con ese sacerdote. Yo no lo conocía, fui un día a confesarme y él estaba ahí solo. Sus palabras me inspiraron confianza y le conté que estaba pensado en ser sacerdote pero que no me anima a decírselo a nadie. Él me aconsejó que lo hable con mi párroco y prometió que nos volveríamos a ver. Pasaron unos años, yo no tenía su contacto, solo sabía que se llamaba Gabriel. Un día, estando en Tucumán lo volví a ver. Le conté que estaba en el seminario, se alegró mucho y desde ahí tenemos contacto frecuente. 

El camino de formación sacerdotal comienza con el Bautismo, aunque no seamos conscientes de eso. Yo lo único que recuerdo de niño relacionado con la vida de la Iglesia es cuando participaba de los pesebres vivientes de la capilla de mi barrio. Me encantaba. Después durante mi adolescencia no iba a la Iglesia. Hasta que comencé la catequesis de confirmación a los quince años. Después de recibir el sacramento continúe participando del grupo de jóvenes de mi Parroquia Ntra. Sra. de Schoenstatt.

Yo era un joven como el resto, iba a la secundaria y salía con mis amigos. Un día tuvimos un encuentro con el grupo de jóvenes. Hicimos una dinámica y me tocó un papelito con una cita bíblica que decía: “Tendrán una alegría que nadie les podrá quitar (Jn 16,22)”. Ahí me cayó la ficha de quién es Jesús en mi vida. Es la fuente de mi alegría. A mí me daban alegría muchas cosas, pero eran alegrías que pasaban. En ese momento sentí que Jesús me invitaba a experimentar una alegría que no se iba a pasar, porque iba más allá de un sentimiento, venía de Él.

Así fue que comencé a tomarme más en serio mi camino de discípulo de Jesús. Rezaba más, participaba con frecuencia en la Misa, del sacramento de la reconciliación y hacía obras de caridad con el grupo de jóvenes. De pronto comenzó a aparecer en mi corazón la inquietud por entregar mi vida por completo al apostolado. Cuando terminé la secundaria no me animé a ingresar al seminario. Me fui a Córdoba a estudiar Ingeniería Biomédica. Ese año fue clave, percibía signos de vocación por todos lados. Cuento solo uno. Un día salgo de la Facultad y caminaba por la calle. Me pongo los auriculares y enciendo la radio. No era algo frecuente. Justo escucho a un obispo que hablaba y decía “no es buen camino mirarse a uno mismo para discernir la vocación, hay que mirar a Jesús y decirle aquí estoy, dame tu gracia”. Parecía que me hablaba a mí.

Al año siguiente ingresé al seminario. Y puedo decir con sinceridad, que no recuerdo un día en que no me haya reído de algo. Soy muy feliz en este camino. Por más que hay momentos de dificultad y días tristes, Dios cumplió su promesa y me regala cada día esa alegría profunda que nadie me podrá quitar. Me consuela saber que mi vida y mi vocación le pertenecen a Dios. A mí solo me toca vivirla, pero es de su propiedad. Es la belleza de la vida con Dios.