JOSÉ MARÍA LINARESEl díacono José María Linares nos cuenta su testimonio vocacional antes de su ordenación sacerdotal.

Querido/a hermano/a:

En pocas líneas trataré de compartir mi testimonio vocacional; cómo Dios fue modelando mi corazón.

Mi nombre es José María Linares, tengo 33 años, nací en Bell Ville (Cba.); allí viví hasta los siete años. Tengo cinco hermanos mayores (dos varones y dos mujeres). Mi vida era ir al colegio por la mañana y por la tarde vender pastelitos, churros u otras cosas que hacía mi mamá; mi familia tenía una pequeña panadería.

Por diversos problemas familiares, con mi mamá y mis hermanos nos vinimos a vivir a un campo en la zona de Porteña, allí trabajábamos como peones de tambo. En la escuela rural de colonia Santa Rosa, terminé la primaria, allí hice la catequesis de Comunión. Luego empecé la secundaria en Porteña, pero fue solo un tiempo, ya que no me gustaba estudiar (y no me daba para trabajar y estudiar).

Cerca del año 2000 decidimos ir a vivir a Porteña. Ya en el pueblo, trabajaba de cobrador de boletas para algunos negocios y también hacía changas, con eso me alcanzaba para sobrevivir. Un tiempo después, alquilamos un departamento con uno de mis hermanos y fuimos a vivir solos; la realidad fue un poco duro al comienzo, ya que no teníamos casi ningún mueble, pero con el paso del tiempo fuimos armándonos con lo necesario. Fue un período fuerte de diversión, (un tiempo de mucho “libertinaje”; cada uno salía por su lado y no teníamos mucho control de lo que hacíamos o de cuanto tomábamos).

Hasta ese entonces no era muy afín a la iglesia, es más, tampoco me importaba mucho, a tal punto que mis compañeros hicieron la catequesis de Confirmación y yo decidí no ir ya que para mí era perder el tiempo.

Un día salí de mi casa, sin rumbo fijo como solía hacerlo siempre, y pasando frente al Salón Parroquial vi que había gente, entre ellos una hermana religiosa que estaba hablando. Decidí entrar para ver qué decía. Una vez adentro vi que el sacerdote, el P. Oscar Duarte, estaba sentado dispuesto para confesar, fue entonces cuando vino a mi mente la pregunta: “¿Cuánto hace que no me confieso?”. Obviamente hacia desde que había recibido la Primera Comunión; me dio un poco de cosa y pensé:… “voy a aprovechar ahora que no hay nadie!”

El sacerdote me escuchó atentamente, y después de darme la absolución, me dijo: En ese corazón hay algo más… vaya a su casa y anote todo lo bueno y lo malo que ha pasado en su vida y vuelva a verme la próxima semana.

En ese momento lo tomé como una joda y me dije: “que le interesa mi vida a este hombre”, “no piso más y listo…” pero con el paso de los días fui aflojando y algo anoté como para no quedar mal, tome coraje y fui a verlo.

Me recibió muy bien en su despacho, yo le compartí lo que había escrito y algunos detalles que fueron saliendo en ese momento, el Sacerdote solamente escuchaba sin decir una palabra, cuando terminé de hablar, se hizo un silencio profundo, me miró y me dijo:

“Dios ha hecho mucho por vos, te ha cuidado, te ha protegido, aún en esos momentos más oscuros de tu vida… y vos:.. ¿Qué vas a hacer por él?”

Esa charla terminó ahí, pero yo me fui con esa pregunta marcada a fuego, pasaron días de llanto, de angustia y de empezar a preguntarle a esa persona tan lejana, que era Dios, un montón de porqués, buscando una respuesta a lo que había vivido y estaba viviendo. Por supuesto que pasaron años antes de poder ir encontrando respuestas y para poder cerrar algunas heridas.

A final de ese mismo año, cada tanto iba a misa, pero solía ir en horarios en que no había nadie y me sentaba frente al Sagrario a llorar y a estar en silencio. Pasaron unos meses y me invitaron para ir a las misiones juveniles, sin pensarlo mucho, ni sabiendo de qué se trataba, dije que sí. Fue una hermosa misión que llevo grabada en mi corazón, conocí a personas fantásticas con las cuales forjamos una amistad que ha perdurado en el tiempo.

Pasaron los años… hice los Eslabones (un retiro para jóvenes), me fui metiendo lentamente en la vida de los grupos misioneros donde hallaba una alegría intensa en cada cosa que hacía. Tenía charlas periódicas con el P. Oscar, quien me iba acompañando. Además, cuando cumplí los 18 años empecé el secundario nocturno, con muchas dudas, porque me costaba mucho. Entré a trabajar a una panificadora y también comencé a hacer la catequesis de Confirmación. Fueron muchos cambios juntos, me costó tomar ritmo, pero con paciencia fui acomodándome.

Después de un año cambié de trabajo, comencé a trabajar en una fábrica de calzados de seguridad, también empecé a dialogar con el P. Mario Ludueña, que era quien estaba a cargo de la Pastoral Vocacional, así que un sábado al mes iba a la localidad de Tránsito, donde él estaba como Párroco.

En el último año de la secundaria tenía que decidir lo que haría con mi vida. Tenía que poner varias cosas en la balanza: alejarme de mi familia, dejar mi trabajo en el cual estaba muy cómodo, decirle a la chica con quien había empezado una relación que no podíamos seguir más, etc. A todo esto, sumarle el miedo al fracaso, al que dirán. Pero todo esto con muchas lágrimas y pasando horas frente al Sagrario se fue disipando y después de charlarlo con el P. Mario y con Mons. Carlos Tissera, decidí entrar al Seminario.

Fue un poco duro decirle a mi familia, algunos me entendieron, otros demoraron más en aceptarlo. Mis amigos lo tomaron bien, aun sin entender mucho de qué se trataba. En cuanto a la Comunidad Parroquial, lo tomaron muy bien y me expresaron un gran apoyo del cual estaré siempre agradecido.

En febrero de 2007 ingresé al Seminario Mayor Jesús Buen Pastor de Río Cuarto, junto conmigo entraron siete compañeros de distintos lugares: algunos de la Diócesis de Río Cuarto y otros de la Diócesis de Villa María. Me costó bastante adaptarme a la convivencia, al estudio, a una estructura de horarios y a estar sin salir, de a poco fui serenándome.

En el 2010 terminada la etapa de filosofía salí del Seminario para hacer la experiencia de año intermedio y fui a vivir a la Parroquia Tránsito de Nuestra Señora. En ese mismo año me operaron de la columna, ya que venía sufriendo bastante.

En el 2011 volví a Rio Cuarto donde cursé las materias de Teología, y en el 2015 terminé con lo Académico. En el año 2016 viví en la Parroquia San José de Balnearia y en el 2017 fui ordenado Diácono en Porteña y destinado a la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de La Para, donde actualmente vivo.

Si tuviese que definir mi vocación, creo que es pura gracia de Dios; he pasado muchas cosas lindas y otras no tan lindas a lo largo de la vida, pero si de algo estoy seguro, es que Dios nunca me soltó la mano, caminó a mi lado, con diferentes rostros, se hizo presente en cada etapa de mi vida.

Hoy encuentro plena alegría en esto que hago cada día, doy lo mejor de mí en cada cosa que realizo, “sabiéndome un mero instrumento de Dios”. Siento en mi corazón que la grandeza de su AMOR me supera y me desborda, y como dice la palabra de Dios: “No podemos callar lo que hemos visto y hemos oído” (Hc.4,20)

Un abrazo en Cristo y unidos en la oración…. José María Linares, Diácono.