De Mons. Víctor Manuel Fernández
Los sacerdotes estamos llamados a ser discípulos misioneros, pero con una particularidad: a imagen del Buen Pastor. Y allí es donde viene a ayudarnos la figura de Brochero. ¿Qué refleja de Jesús Brochero? Precisamente sus actitudes de Buen Pastor.
- Uno podría preguntarse: ¿Qué habría hecho Jesús con los pobres de Traslasierra? Lo que hizo Brochero. Perderse en medio de ellos, hablar como ellos, buscar el bien de ellos sin dualismos. Cuando hablamos de la identidad sacerdotal o de la espiritualidad sacerdotal, no hay que olvidar el llamado de Jesús a meternos en medio del pueblo. La Biblia nos invita a reconocer que somos pueblo: “Ustedes que en otro tiempo no eran pueblo, ahora son pueblo de Dios” (1 Pe 2, 10).
- Pero tengamos en cuenta que una cosa es saber que somos pueblo y otra cosa es vivirlo con una profunda conciencia. La conciencia de ser pueblo es parte de nuestra identidad y de nuestra espiritualidad. Para un pastor, se convierte en un gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente. La misión es una pasión por Jesús que al mismo tiempo se convierte en una pasión por el pueblo. La oración debería llevarnos a esta pasión […].
- A veces sentimos la tentación de ser pastores manteniendo una prudente distancia de las llagas de la gente […] Brochero les recomendaba a los curas más jóvenes: “Cuanto sean más pecadores o más rudos o más incivilizados los feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y en el trato familiar”. Esta es la opción por los pobres real, evangélica, no ideológica, que implica no estar tanto tiempo con los lindos, inteligentes y agradables, sino con los que son verdaderamente los últimos.
- Además, cuando Brochero se acercaba a un hombre lleno de vicios y defectos, lo hacía como pide la Palabra de Dios: “con dulzura y respeto” (1 Pe 3, 16) […] cuentan los Hechos que los Apóstoles del Señor “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 47; 4, 21.33; 5, 13). Queda claro entonces que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo.[…] El corazón de Brochero está lleno de rostros largamente contemplados y de nombres tantas veces repetidos. […] cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás, ampliamos nuestro interior […] Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios. Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros en medio de la gente.
- Yo no tengo una misión, sino que soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo[…] El mismo mensaje nos da Brochero cuando tiene que ir a atender un enfermo y no le queda más que cruzar el río crecido agarrado de la cola de su mula: “Guay que el diablo me lleve un alma”. Una sola persona es digna de la entrega de mi vida, aunque nadie lo valore. “Estar con”, esa es una característica indispensable del cura, que lo define. Estar con. En el año 1857 hubo un brote de cólera y los que podían se escapaban. El cura se quedó y estuvo cerca de todos y de cada uno […].
- Hay muchas formas hoy de abandonar a la gente. Uno puede estar y al mismo tiempo no estar en un lugar. Brochero nos enseña a estar a fondo, en cuerpo y alma, a no abandonar a nadie, nunca. La oración que lo ocupaba los últimos meses de su vida, era también la oración de alguien que no se entendía a sí mismo sin su pueblo […] Es esa oración de intercesión que brota inevitablemente del corazón de alguien que es cura hasta los tuétanos: “Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo” (2 M 15,14).
Que el querido Brochero nos enseñe a ser curas con todas las ganas, y a vivir gozosamente metidos en el corazón del pueblo.
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